La Sinfonía Concertante de Mozart (1756-1791) es una obra agradable, alegre y fácil al oído en la que los protagonistas son dos: el violín y su hermana de cuerdas, la viola. Se podría decir que esta obra maestra de 1779 es, por su calidad e interesante propuesta, la culminación de sus cinco conciertos para violín y orquesta, todos ellos de 1775.
Como he dicho, se trata de una pieza que rompe algunos esquemas de su época al estar pensada no para un protagonista solista, el violín. Sino que comparte el protagonismo con su hermana mayor, la viola, instrumento admirado por aquel joven Wolfgang Amadeus de 23 años.
A lo largo de sus tres movimientos el compositor va cediendo el protagonismo a uno u otro instrumento que dialogan con el soporte permanente de la orquesta. Y ahí radica su belleza, en el diálogo que se establece entre estos dos instrumentos de cuerda tan complementarios como distintos en carácter.
Por una vez, la viola, con sus graves matices, toma el protagonismo en un concierto para orquesta, en el que complementa al violín, al que mira de tú a tú. Esta es, precisamente, la característica principal del estilo concertante que se heredó del Barroco musical.
A continuación, te cuento el contexto en que esta bonita pieza musical se gestó y por qué es una música muy agradable al oído, típicamente mozartiana, y que se puede escuchar sin problema si te estás iniciando en la música clásica.
Contexto de la Sinfonía Concertante
El 23 de septiembre de 1777, el joven Mozart (21 años) parte de Salzburgo a una gira musical de quince meses a darse a conocer en varias cortes de Mannheim y Paris.
Esta vez, a diferencia de las anteriores, no le acompaña su padre y hábil empresario, Leopold. Ante la negativa de su mecenas y protector en Salzburgo, el Príncipe-Arzobispo Hoeronymus von Colloredo (1732-1812) Wolfgang viajó con su madre Maria Anna.
Su principal objetivo en este viaje de descubrimiento era ser nombrado maestro de capilla (Kapellmeister) de alguna corte distinta de Salzburgo para poder emanciparse del exigente aristócrata que tenía por mecenas. Sin embargo, en las distintas escalas de su viaje no fue recibido por los nobles con la misma alegría que cuando era un niño prodigio. Y le costó hacerse con un cargo remunerado allá donde fue.
Eso sí en Mannheim pudo codearse con músicos de primera y aprender e intercambiar gustos musicales. Pero no consiguió atraer la atención del Elector de la ciudad. Así que, dos meses más tarde, puso rumbo a Paris donde a la aristocracia parisina tampoco pareció interesarse por su talento.
Para más inri, el largo peregrinaje terminó de truncarse al fallecer su madre el 3 de julio de 1778, dejando al joven austríaco sin referentes cercanos. Mozart tuvo que madurar de repente, sin el calor de su madre y con cartas apremiándole a sacar de la penuria a su hermana Nannerl y a su indispuesto padre, enviadas desde Salzburgo.
Y fruto de toda esa experiencia, en otoño de 1779, ya de vuelta a casa, compuso su Sinfonía Concertante en Mi bemol mayor para violín, viola y orquesta, con número de obra, K364.